domingo, 24 de febrero de 2013

Tailandia (II) Sandflies


"Me gusta cuando estás cerca porque haces que me sienta feliz"

Si no fuera por la costumbre de fijar un día de calendario creo que aún estaría en las calles de Bangkok, dando vueltas, borracho de colores y sonrisas como un lunático en un manicomio. 

De haber un inicio, sería tocando las últimas cuatro notas de una vieja canción, sentado enfrente de un Kawai de cola, negro, del que me costó despegarme tanto como me costó salir de la ciudad.
Un Toyota de color rosa, un taxi, me llevó a la estación del Sur, en la parte Oeste de la ciudad. La ruta fue más larga de lo que debiera y se lo hice saber al taxista, que se puso rojo. Pero llegué a tiempo.
¿Y a tiempo de qué?




Mi idea era ir a algún sitio del sur y llevaba dos nombres en la memoria. Si uno fallaba, usaría el otro. Si fallaban los dos, improvisaría.


Longtails tailandeses
Dos horas más tarde estaba en un autobús cama de camino a Ranong, en la frontera con lo que algunos llamamos todavía Birmania. Llegué a la estación de bus con el ánimo de dejar fluir lo que tuviera que ocurrir (siempre con el filtro del sentido común). Y es como un taxista me preguntó: ¿Koh Chang, Koh Payham?
Y dije que sí. Me llevó al puerto donde fiché un "longtail" (barco largo con motor diesel fueraborda) para que me llevara al sitio que me había preguntado el capitán. No le escuché bien, pero dije que sí.




Puesta de Sol en la isla
 Y así llegué a esa isla donde disponía de tres horas de electricidad al día, de una cabaña estupenda, de una playa de catálogo y de una comunidad de estancia larga que me acogió como uno más (les caí en gracia).

Allí me encontré con el tiempo, con las ideas y con las conversaciones sin café de por medio que sacaron temas antiguos con visiones nuevas. Escuché muchas cosas que hicieron que me sintiera raro, no por las palabras, sino por sentirme extrañado al oirlas.


Encontré los que parecía viejos amigos y me di cuenta de que una cosa es conocer a las personas, otra muy distinta es entenderlas y algo en lo que nunca pensé es en saberlas. Esto lo aprendí mirando puestas de Sol sobre el mar de Andaman, negociando dos meses en una isla a cambio de mi instrucción de Dive Master y jugando un torneo de fútbol en el equipo de locales de la isla. Vencimos al equipo de la marina. Perdimos la final. Fue un gran día. El 14 de Febrero.


Subcampeones del torneo de futbol
Iba para tres días y salí de allí 15 días después de poner mi sandalia fuera del barco. Repetiría. Es difícil describirlo todo para que lo entiendas, lector(a), así que te doy palabras clave para que te hagas una idea: playa, hamaca, cabaña, fruta, lago, monte tropical, puestas de sol, snorkle, electricidad de generador solar, reaprovisionamiento diario por barco, fogata playera, plancton brillante y (parafraseándome) "noches de amaneceres y días de puestas de Sol".

Reencontré la Vipassana y me encontré todavía mejor conmigo mismo y con el mundo, que cambiaba (y sigue cambiando) a cada momento, cada vez más rápido.

Al salir, fue un shock como el de llegar a Calcutta. Llegué a Birmania el mismo día en que se me acabó la visa de Tailandia, y un sólo día estuve allí. El tiempo pasó volando y me sentía como en una nube, ajeno a todo lo que pasaba en la ciudad y en el mundo. Volví a Tailandia y recordé una broma que escuché en la isla, que el Papa se apuntaba al INEM, y no me lo creí. Escuché historias del Tsunami mientras veía las señales de evacuación por la playa. Me contaron Leyendas y supe por qué los habitantes de una isla se salvaron y los turistas de casi todas las demás fallecieron. 
Estas historias no tienen nada que ver con Bangkok, que me parece lejano, como parte de otro tomo de la misma enciclopedia. No sé qué día era y no ponía en pie cómo llegué hasta ahí, o mejor dicho, cómo conseguí salir de la capital del reino. 

Lloré por otros motivos, si tengo que ser sincero. Y todo va bien, muy bien.

Me dio pena dejarlos a todos, a cada uno por una razón y una razón general para todos. Dejar aquel lugar y su inspiración. Tuve la oportunidad de volver, pero, a veces, creo que la virtud se encuentra en las decisiones difíciles -siempre acertadas-. No tanto en el veredicto, sino en todo el proceso por el que pasamos hasta que decidimos y el nuevo mundo que se abre ante nosotros. Sin olvidarnos del posible mundo que pudo ser y que sólo veremos como observadores... si nos lo encontramos de nuevo.

Mi caseta


Salté dentro de un autobús de cinco horas que tardó siete en llegar a un Krabi atardeciendo donde, más de lo mismo, coincidí con un compatriota de Barcelona que me dijo: Pírate a Ao Nang y enganchá un barco que te saque de ahí.

Le hice caso sin mirar atrás. No por pereza, sino porque le supe bien desde el principio. A estas alturas creo que tiene poco sentido describir o hablar de la gente. Sin embargo, de ser así, sólo me quedarían las sensaciones y el tiempo (aunque, al final, todo es tiempo), y sería no sólo aburrido sino también una justificación para que me encierren en el Asilo de Arkham.

El día en que llegué a Krabi -decía- fue un día malo. Hice la travesía hasta Ao Rai-Lay, una playa a la que sólo se llega en barco -y parece una isla-, en un atardecer de rocas salientes del mar. Un espectáculo natural brutal. Al llegar me di cuenta de que me equivoqué de playa por haber llegado a un high-standar beach donde el lugar más barato se me iba de presupuesto... de largo! Mike, el canadiense, me echó un cable y fue así como con otros 27 kilos extra encima caminé durante media hora por un sendero de monte -arriba, abajo, arriba, arriba... abajo- hasta Ton Sai, donde dije "órdago" y me metí en la única habitación que encontré (600 THB - 20 USD) Me importaba todo poco (por culpa del tedio, del cansancio y del hambre -vuelta a ser un troglodita-), pero extrañamente -para como soy- estaba disfrutando a tope. Me duché, me vestí y salí a cenar y a pasear por la playa, a los pies de los acantilados. Vi escaladores y los saltos B.A.S.E. Una pasada.

Ao Ton Sai, Krabi


Dormí una de las mejores noches de los últimos cinco meses y al día siguiente "encontré mi sitio". 
Entonces, ¿por qué salir de allí? En breve respondo "por el turismo". Lejos de estar masificada como Ao Nang -un paseo marítimo de Torremolinos en miniatura- estaba a tope si comparaba con el lugar de donde venía. No estaba comparando. No vale para nada. No todo se puede justificar cuando hablamos de sensaciones.
El ser humano es una plaga y la mayoría estamos enfermos.

Ao Ton Sai desde el View Point. Krabi

¡Ahí está el tío!

Salí otra vez, de otra "isla". Volví a Krabi, a la estación de bus. Se fueron Rubén y Kike, rumbo a Koh Tao, y me vi solo otra vez. Estaba dispuesto a esperar el bus nocturno que me llevara al sur, camino de Malasya, pero antes de darme cuenta, estaba en un pequeño cuarto, de paredes de madera, de una antigua casa de pescadores, junto al río, desde donde se oye un poco el jaleo del mercado. Me pregunto la señora cuantas noches me iba a quedar. Le dije que no sabía, pero que apuntase una o dos porque no era algo importante. El tiempo, señora, el tiempo no es importante. Es una mentira. Y se río con sinceridad.

Veo más musulmanes aquí y la vida es algo distinta a la Tailandia del norte. Ya descubriré en qué con más detalle.
Y no puedo dejar de mencionar ese extraño cosquilleo y recuerdos de todo tipo cada vez que oigo descuidado, a lo lejos, la llamada al rezo desde los altavoces de los minaretes.

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