miércoles, 14 de noviembre de 2012

India (I)


Me recibió Mumbai con los últimos coletazos del monzón: mucha humedad y altas temperaturas desde primera hora de la manaña. Los días de la ciudad fueron sudar, pasear y ver mucha arquitectura colonial. El ambiente era bueno y, como Juan tenía que trabajar, me dio para pasear tranquilamente y administrarme mi tiempo con las visitas de boquilla y los consejos de don Iker, que me asistía por teléfono desde Delhi. 

Es todo distinto. Mentiría si dijera que alguna vez me lo imaginé así. No sería ni una verdad a medias. Ni enamora ni desengaña, pero mantiene los instintos despiertos y el estómago en vilo (casi de forma literal). Una jodienda, en resumidas cuentas, a uno de la familia del simio, como yo, que tropieza no una ni dos, sino incontables veces en una misma piedra. A veces con humor, a veces, sin puñetera gracia. 

Juan simboliza el reencuentro en este viaje. Compartimos buen vino, chacinas varias, kilómetros y shisha -como no.
Nos hermanamos para meternos en lo profundo y vivir la experiencia en las cataratas de Jog Falls, a unos 700 Km de Mumbai, al sur, o lo que es lo mismo: 15 horas de coche. No calculéis nada, no os va a valer. 
Sentir la caida del agua desde 300 metros es como vivir pegado a un huracán. No, nunca viví un huracán, pero he visto muchas películas. Eso es lo bueno, que la sensación es natural y ahora, es un recuerdo. 

El viaje es tiempo y kilómetros, pero lo componen también las personas. 
No puedo hablar de Goa sin mencionar a Stefan, "Pompo" el payaso. O a Monica, de Inglaterra, y los atardeceres perdiéndonos en discursos sobre el por qué de las cosas, entre beedi y beedi. Gai, de Israel, con su acostumbrada y peculiar visión de las cosas. Y, por último, los chicos: Marc y Thomas, dos amigos que viajan de vez en cuando, que es cuando se tiene que viajar, y que encontré esperando un tren retrasado en la estación de tren cerca de Palolem. Compartimos la experiencia -que no vagón- de 15 horas de tren. Algo hasta entonces nuevo para mí a lo que, de una forma u otra, me estoy acostumbrando. Fue con ellos con quien conocí y pateé Kochi, vi el espectáculo visual que es el teatro del Kathakali, mezclé musulmanes, cristianos, hindus y judíos en un mismo barrio, subí a buses que nos dejaron en playas vírgenes y conocí los backwaters de Allepey, a ritmo de remo. Fueron compañeros, amigos, hermanos... cualquier cosa que sea cercana y buena para el espíritu. Me vieron arriba y también abajo. Es increíble lo que ciertas experiencias acercan a las personas. 

Dos días después de volver a mi soledad, reencontré a Juan en Mumbai y su discurso crítico -de los de amigos-, en mi escala para Jaipur, ciudad dura de la que intenté escapar desde el primer momento y no me dejó, y no sé si no me dejó la ciudad o lo que llaman Karma, pero fuera lo que fuera, fue lo que hizo que pudiera conocer a Aly. El joven conductor de auto-rickshaw me llevó a un hotel y me enseñó la ciudad desde primera hora del día siguiente, después de comprar mi billete. Tuve de todo, pero siempre cosas buenas y, como otra puta ironía de la vida, disfruté sin pensar mucho de este viaje. Precisamente en Jaipur, la ciudad rosa, que sería algo así como que uno disfrute relamiendo las manos de su bawab en el Shobra de El Cairo. 

Udaipur, después, se me antojó como un lago de calma. De tres días previstos lo amplié a una semana y   ahí puedo hablar de los australianos, el inglés y las argentinas todos juntos en un coctel de copa de café Pushkar, con special Lassi, birras y cocacolas sin curry. Más para pasear que para visitar, como deberían ser las cosas: vivirlas en su esencia, en su día a día sin mayor preocupación que el clima -y ni eso.
Fue entonces cuando hice el cuchillo. La casa del herrero estaba a 25 km; es decir, 45 minutos en moto con Girish. Lo "terminé" en tres jornadas. Uso comillas porque yo sólo hice la parte de la forja y el adorno de la hoja, pero el acabado y el mango, lo hizo el responsable de dichas funciones que, sin probarme y con mi resignación, se negó a dejarme intentar nada. Sin mayor preocupación. 

Udaipur me trajo una etapa con compañeras de viajes. Dicen mucho "ché" y usan el "vos", son muy graciosas y van a tope. Con ellas fui a Jodhpur donde empecé el curso de Vipassana, del que no voy a hablar. Sólo diré que la experiencia de cada uno es diferente.

Después de 11 días llegué a Delhi y ahí empieza la segunda parte del viaje: la resaca del curso, las cosas nuevas, el norte, las ciudades, el frío, las tumbas de amor, los muertos y las decisiones difíciles. 

2 comentarios:

  1. La felicidad siempre viaja de incógnito. Sólo después que ha pasado, sabemos de ella. Los viajes son en la juventud una parte de educación y, en la vejez, una parte de experiencia.

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  2. Leo esto un día soleado de Enero. Que buena lectura para un día gris de Galicia!!!!!. Que buena lectura para un día soleado de Galicia!!!. Que buena lectura.....

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