miércoles, 21 de marzo de 2012

Wanderer (léase en alemán)

Lejos de todo dramatismo y con toda sinceridad, acabo de caer en la cuenta de que no tengo a mi "amigo", ese que me conoce bien para poder hablar de cosas que me preocupan o que me ocurren.

Puedo hablar con valiosos amigos que conocen mi circunstancia, amigos que son sensibles a ciertos temas o problemas o alegrías, amigos que no lo son pero me conocen y me intuyen (que es lo difícil); pero no tengo un "todo-en-uno" a nadie afín, que me conozca, que posea cierta sensibilidad y que, además, no sólo conozca mi contexto, sino que me conozca a mí, como persona, tal y como soy.
Ya sé por qué tengo el diario y por qué me funciona.

(Der Wanderer über dem Nebelmeer -El caminante sobre el mar de nubes-  de Caspar David Friedrich)

Hace dos días terminé En el corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Me parece casi natural que me encuentre con un autor del Romanticismo literario tardío. ¿Por qué? Digamos que me lo salté con la música. Hace unas semanas empecé una revisión musical regresiva que me llevó desde Pärt, Satie, Shostakovich (algo), Debussy y Tchaikovsky hasta Bach, pasando por Sarasate y Schumann. 
Lo sé. Me he saltado un buen trozo, pero me lo pedía el cuerpo (o el cerebro -o el corazón-). Dentro de esta pedantería, para salvarme de duras críticas, me incluiré también como intérprete de Pearl Jam, Oasis, Pink Floyd y otros.

En la novela, que no recomiendo especialmente, el personaje principal, Marlow, en la que se me antoja la entrada a la bahía de una ciudad industrial después de un largo viaje por mar, entre la niebla del alba, relata a sus adormilados compañeros la vez en que fue marino de agua dulce, en el Congo, de cuando remontó el río, en la espesura de la selva, en "el corazón de las tinieblas", en busca del señor Kurt, al que nunca había conocido personalmente, pero del que había oído cosas extraordinarias porque todo el mundo lo admiraba de forma inexplicable. Y, por supuesto, lo encuentra. Marlow describe en todo momento sobre las conversaciones que tenía con Kurt, elogia su voz, pero entre las páginas sólo se aprecia la caída en desgracia del viejo enfermo, la melancolía de dejar un mundo en el que se sumió de lleno: la selva. En definitiva un discurso sobre la pérdida, la pertenencia física a un lugar, la vida y la muerte, casi incomprensible.

El dramatismo de la escena y su esperado desenlace dice ser una crítica a la sociedad moderna (inicios del siglo XX), pero creo que la metáfora que es esta historia se puede aplicar a casi cualquier situación, incluídas las personales. No es que me encuentre del todo así (repito, no escribo con tono dramático), pero no sé por qué no dejo de pensar en esa moraleja.

Marlow cuenta que el final de la historia vino muchos años después, en una ciudad muy lejana de esa selva congoleña, en Londres. Sin este fin, la historia estaría incompleta.
De nuevo: tiempo y espacio. 

Hoy leía a Emily que decía: "It's hard being ambitious but lacking goals".
Ahora que había encontrado una, se desvanece ante mí como arena entre los dedos. Dios es irónico. De todo aprendemos, sobre todo de los fallos, y creo que estoy aprendiendo mucho, de lo que, por una parte, me alegro.

No me equivoqué en mi afirmación de principios de año.



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