sábado, 10 de septiembre de 2011

El piano

Queridos Gon's y Gui's.
Efectivamente (que diría El Hacedor) la vida es una. Un pasado y un futuro (del presente hablaré en otro momento, cuando deje de serlo).

Acabo de llegar de tocar el piano. Me refiero a ese mueble negro con fichas blancas y negras que, aporreado adecuadamente (a veces sin esto también) produce unas melodías agradables más o menos al oído. Tienen uno en el hotel Hilton, cerca de mi casa y me dejan tocar de vez en cuando. Es un Yamaha de cola. Negro, como he dicho. Da a una cristalera sobre el Nilo. Suena muy bien y es precioso.

Ha sido al final, después de pasarme cerca de hora y media destripando de lo mejorcito y de lo menos conocido de compositores de todos los palos, cuando, al levantarme y dar dos pasos, tuve una sensación extraña. Duró un segundo, pero fue muy intensa.

¿Había "apagado" el piano?

Esta tontería (supongo que fue obra del lado derecho de mi cerebro) me transportó a la primera vez que viví esa sensación.
Mis padres me regalaron mi primer piano. Fue una sorpresa. Volví del colegio y, en vez de quedarme sacando el perro, me llamaron diciendo que me llamaba un amigo (Gon era cómplice). Tenía 13 años.
Subí como un rayo. Pregunté por el teléfono.
- En el cuarto de estudio - me dijeron.
Entré, cogí el teléfono y estaba apagado.
- Oye, que está apagado.

Me dijeron que volviera a entrar en el cuarto. Siempre he sido un poco torpe para según qué cosas.

Y allí estaba. El recipiente de mis futuras confesiones (dicho de un modo romántico).
Me emocioné como lo que era, un crío. No me lo creía. No podía ser verdad. Era lo que más deseaba en el mundo, en ese momento.

Recuerdo no hacer los deberes esa tarde. Pasarme toda la tarde y los días siguientes tocando como un loco sin parar.
Ese día me levanté para cenar. Di dos pasos... y me giré de nuevo hacia el piano mientras buscaba el interruptor.

Me cambió la vida. Y lo echo de menos.


Acordarme de esto es como abrir la caja de Pandora.

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