miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cosas que he aprendido en 30 años

Si aguantáis la lectura, os prometo una historia basada en hechos reales.

Nos supone siempre un gran esfuerzo echar la vista atrás, por lo menos a mí.
En estos años, de este tango que llaman vida, me encontré con mucha gente. El camino no fue muy escarpado, tuve esa suerte, y siempre me encontré con muchas personas, más o menos interesantes. Y aprendí algo de todos ellos. 

Como no puedo escribir "persona a persona" toda mi vida, voy a hacer un breve y pequeño repaso de cosas que especialmente han quedado impregnadas en mi cerebro durante el recorrido.

Lo primero que recuerdo con gran admiración es mi propia imagen: un gafotas de pasta y un cabezón que dura hasta hoy. Muchos rizos y feucho. Todo perdura, pero hay menos rizos y las gafas no son de pasta. Recuerdo creerme inmortal y perfecto e inmutable (siempre desde la inocencia de un niño).

Cada día que pasa me repito esta frase con mayor convencimiento: "Papá y mamá llevaban razón... pero estaban desactualizados". En la línea de frases recuerdo el "tiempo y optimismo" de mi progenitor y esa pasión sureña dulce en los labios de mi madre, que tanto la caracteriza, cuando me reñía y cuando me hablaba del futuro. Pienso en mis abuelos, cada uno de los cuatroa a su estilo, que me sirvieron como referente. También en cómo idealicé míticos personajes familiares y contemplé su decadencia en mis ojos gracias a experiencias vitales y al crecimiento de mi capacidad crítica. La vida es arriba y abajo.

No fue hasta que empecé "mis viajes" cuando descubrí que, en la vastedad del mundo, lo que aprendí de todos ellos y de mi hermano cobraba sentido a cada momento. Siempre atravesado por la espada de un contexto que lo cambia todo como la salsa a los espaguetis (o spaghetti para que no se me enfaden los italianos), la esencia de lo que era se quedaba ahí, perenne, fuerte como una fortaleza. Inmutable, eso sí.
Fui descubriendo que no sólo yo, sino todas las personas, nos creemos inmortales, pero sólo algunos contamos con la suerte (relativa) de saber que eso no es así.

La vida me regaló momentos buenos y malos. Personas nuevas sin elección, como mis primos más pequeños. Son cosas que se aceptan y te cambian. Sin más.
No es cierto que "las personas no cambian nunca". A esto le di muchas vueltas (y sigo) desde el momento en que alguien muy importante me lo dijo. Pienso mucho sobre esta persona. Menos de lo que se merece, la verdad.

Me he encontrado con grandes personas en mi vida. La mayoría coinciden en que no me conocen, en que soy difícil de acceder. Es posible que sea cierto, pero no es algo negativo. Ni siquiera yo lo sé. Pero la virtud está en aceptar y la astucia, en saber acceder.
Los secretos y misterios son siempre relativos y, al final, las cosas son casi siempre muy fáciles.

Hice daño en estos años, siempre a personas cercanas, fue a veces brutal y egoísta; puede que también  pareciera inexplicable y siempre involuntario. Fue, es y será el resultado del miedo a ese mismo daño. Es una ironía de la vida y toda una paradoja. Un defecto de como soy. No por cobarde, sino por... otros motivos.

Aprendí que la perseverancia es fundamental para conseguir el éxito. Y que ese éxito no es siempre el que dictan los cánones, sino que, la mayoría de las veces, somos nosotros donde decimos "hasta aquí" o "es suficiente". He visto ese tipo de esclavitud en algunos colegas. Yo mismo he sido víctima de esta idea. Y considero que hay pocos "esto hay que hacerlo por el hecho de hacerlo". Hoy, doy mucho espacio a lo que creo que debe o no debe hacerse, subyugando la "obligación" a mi criterio y al de mi contexto (educación y espacio), tan fuera de lo común.
Pensar por uno mismo sobre lo que uno quiere atendiendo en la justa medida los límites de los demás.
"Tu libertad empieza donde termina la de los demás" nos decían mis padres. Pero también aprendí de los fallos, de los míos y algo de lo de los demás, de lo que no se puede transmitir o contar. Aprendí que hay lugar para el egoísmo y poco para la compasión (que es un modo de sacrificio), que el respeto tiene un límite que invade la frontera entre mis intereses y lo que el otro no ve.

La amistad, esa gran desconocida, a la que considero invisible, agridulce, caprichosa y efímera y perenne a la vez. Esa que nunca aprenderé de verdad como dictan los cánones, porque, como todos los demás, "yo no soy normal". Fue, es y será siempre un ejercicio en el que me tengo que concentrar. He evolucionado de una forma que no me permite encajar en grupos y a contar con gente dispar cerca de mí que hacen de lo cotidiano algo extraordinario. Con algunos "amigos" continúo mis charlas, con otros (otras) no, pero sé que lo volveremos a hacer tarde o temprano y que los mapas nos volverán a situar en un mismo punto donde, dejando todo de lado, pueda pedir perdón.

Las relaciones no son fáciles. Ni siquiera cuando lo parecen y ni siquiera cuando efectivamente lo son. Los puntos de vista son lo que son, subjetivos. Nunca llegaremos a ver "todo el cuadro". Y eso me desesperaba porque quería abarcarlo todo. Entender todos los aspectos. Pero conceptos como "destino" o "azar" entraron en la ecuación. Los comprendí y forman hoy parte de mi baraja.

Aprendí que el tiempo pasa cada vez más deprisa y que se acumulan las cosas que queremos hacer.
Tengo buena experiencia con trozos de papel en blanco y con listas de distinto título. Y he tenido la suerte de poder tener amistad, familia y amor. "He vivido plenamente", como dicen en las películas. He aprendido la pasión por el cine, con películas de vaqueros, gaseosas y medio cementerio de Hollywood. Aprendo la pasión por la música, que me desquicia, me atrapa, me asalta, me emociona, me hace llorar, reir, usar tópicos y recordar una nevada tarde de invierno en el zoo de Madrid, un paseo en cualquier capital europea y el abrazo de cualquiera de mis padres y los dolores de cabeza de cualquier tarde de mi vida desde que tengo uso de razón hasta los 15 años.

Aprendo que el trabajo es siempre relativo. Y no me refiero al "vivir para trabajar o trabajar para vivir". Creo que no merece pensar tanto en eso y sí disfrutar no sólo del momento, sino también de la planificación y del viaje en sí. Hay decisiones que cuestan tomar. Esas son las que merecen la pena.

Me gusta admirar a otras personas. Normalmente me sirven de ejemplos de cosas que quiero hacer (porque tengo poca imaginación), pero no son nada al lado de mis padres y mi hermano. Es otro tópico, pero es distinto, porque es cierto. 

Aprendí de la paciencia con mi padre. A conservar un CD durante 2 años antes de poder escucharlo. A ser celoso y a dejar de serlo. A aprovechar mi energía en lo que realmente me dé algo, sea físico o personal. Y entiendo ese "me" como "yo y mi circunstancia", es decir, lo(s) que me rodea(n).


Tengo que reconocer que son demasiadas cosas como para ordenar en una entrada.

Y ahora os cuento la historia:
Una tarde angelina de Domingo, Rosa quería apagar el ordenador. Le dije por Skype que, en vistas de apagar el ordenador, primero tenía que cerrar todas las ventanas que tuviera abiertas. Y así fue: se levantó y cerró las ventanas del salón. Una a una. Se volvió a sentar y me dijo: "¿y ahora ya puedo apagar el ordenador?"



3 comentarios:

  1. Ese pelo, esa cara, esa sonrisa... a alguien me recuerda.
    Ser paciente es bueno aunque a veces la paciencia sólo es un reflejo de la vagancia o de la ignoracia y no tienes ni lo uno ni lo otro.

    Muy bueno, si señor

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